TL;DR
- José Luis Ruíz Contreras, titular de la SSPC, planea campaña virtual para el Poder Judicial sin renunciar.
- La ley dice “bájate del caballo”, pero él insiste que puede galopar en dos pistas.
- Su ventaja: recursos, visibilidad y un sueldo que los otros candidatos solo sueñan.
- ¿Moral? Aquí huele más a oportunismo que a justicia.
Imagínate esto: eres un candidato cualquiera, de esos que se parten el lomo caminando calles polvorientas, sudando la camiseta para convencer a la gente de que te dé su voto en una elección judicial. Ahora, voltéale al otro lado del ring. Ahí está José Luis Ruíz Contreras, el mandamás de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana (SSPC), planeando su campaña desde el aire acondicionado de su oficina, con un sueldazo en la bolsa y una red de contactos que cualquier mortal envidiaría. ¿Su estrategia? Una campaña “virtual”, dice, como si con unos tuits y un par de lives en TikTok ya tuviera el pase directo al Poder Judicial. ¿Y la ley? Bueno, según él, eso es un detallito que se puede negociar más adelante.
Aquí no hay que ser genio para oler el tufo a ventaja indebida. Ruíz Contreras no solo tiene el reflector encima por ser el jefe de la seguridad pública —un puesto que, de entrada, te da una vitrina que otros candidatos no pueden ni rentar—, sino que encima se aferra al cargo como si fuera el cinturón del Canelo en una pelea titular. “Es compatible”, asegura con la calma de quien pide un café en Starbucks mientras el resto de los mortales pelea por un lugar en la fila. Pero, ¿compatible con qué? ¿Con la ética? ¿Con la justicia? ¿O con su conveniencia personal?
La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE) no anda con rodeos: el Artículo 135, inciso XI, dice clarito que un servidor público no puede ser candidato a un cargo de elección popular sin bajarse del tren. Y sí, la “Elección Judicial” de 2025, esa novedad donde el pueblo votará por jueces y magistrados, entra en esa categoría. Pero Ruíz Contreras saca el as bajo la manga: “Será virtual, no voy a andar en la calle”. Como si el problema fuera el sudor y no el hecho de que tiene un pie en el gobierno y otro en la campaña. Es el equivalente a decir “no estoy robando, nomás me estoy sirviendo antes que los demás”.
Hablemos de números y realidades. Según el INEGI, un servidor público de alto nivel como él puede ganar arriba de 100 mil pesos al mes, sin contar los bonos ni las prestaciones. Mientras tanto, el candidato promedio para un puesto judicial —digamos, un abogado talentoso pero sin cargo público— anda rascándose los bolsillos para financiar sus lonas y volanteo. ¿Quién crees que tiene más chance de inundar las redes con anuncios pagados, contratar community managers o hasta armar un equipo de estrategas? No es rocket science: el que ya está sentado en la silla grande juega con dados cargados.
Y no es solo lana. Es poder. Ruíz Contreras encabeza una dependencia que coordina policías, maneja datos sensibles y hasta tiene línea directa con el gobernador. ¿De verdad vamos a creer que no hay manera de que eso se cuele, aunque sea por osmosis, en su campaña? Imagínate un debate virtual: “Soy José Luis, el que mantiene tus calles seguras, ¿quién mejor para ser juez?”. Los otros candidatos, mientras tanto, apenas logran que les presten atención entre el ruido de las redes. Es como si en un partido de fut el árbitro también quisiera meter goles.
Ahora, él dice que no hay “impedimento legal” y que respetará los lineamientos del Ceepac. ¡Qué bonito! Pero la ética no se trata solo de lo que la ley te deja hacer, sino de lo que deberías hacer por decencia. En México, donde la desconfianza en las instituciones ya es deporte nacional —según el Barómetro de las Américas, solo el 20% confía en el sistema judicial—, este tipo de malabares no ayudan. Si alguien con tanto poder se cuela en una elección sin soltar el hueso, ¿qué mensaje le mandas al ciudadano de a pie? Que el juego está arreglado desde antes de que empiece el partido.
Hagamos una comparación deportiva, porque en este país el fut nos corre por las venas. Esto es como si Hugo Sánchez, en su época dorada con el Real Madrid, hubiera dicho: “Voy a seguir jugando en el equipo, pero también quiero ser el entrenador del próximo partido, y lo haré desde la banca con mi celular”. Absurdo, ¿no? Pero aquí estamos, viendo cómo un funcionario cree que puede ser estrella y director técnico sin que nadie le pite falta.
El argumento de la “campaña virtual” es el cherry en el pastel. Sí, las redes sociales son el nuevo campo de batalla electoral, pero eso no borra las reglas. Según el Artículo 134 de la LGIPE, los servidores públicos deben mantenerse imparciales y no usar su posición para influir en elecciones. ¿Cómo se asegura eso cuando el tipo sigue despachando desde la SSPC? Una cosa es que no ande repartiendo tortas en mítines —¡qué consideredado!—, y otra muy distinta es que no tenga una ventaja estructural que aplasta a los demás desde el arranque.
Esto no es un ataque personal. Ruíz Contreras puede ser el mejor jefe de seguridad del mundo, pero el punto es el precedente. Si él puede, ¿qué sigue? ¿El secretario de Hacienda haciendo campaña para senador desde su escritorio? ¿El de Salud pidiéndote el voto mientras te receta paracetamol? El sistema electoral, ya de por sí tambaleante, no aguanta estos experimentos de malabarismo ético.
La cherry del asunto es que él mismo admite que “más adelante” decidirá si renuncia o no. O sea, primero prueba el agua, ve si le aplauden o le avientan tomates, y luego ajusta el plan. Es la jugada del que siempre cae parado, mientras los demás candidatos se la rifan sin red de seguridad. Si esto no es ventaja indebida, que me expliquen qué es.
Así que aquí estamos, en marzo de 2025, viendo cómo se escribe otra página en el gran libro de las cosas que solo pasan en México. No sé si Ruíz Contreras llegará al Poder Judicial, pero de algo estoy seguro: si lo logra, será con un empujoncito que los demás nunca tuvieron. Y nosotros, los de a pie, nos quedaremos viendo el partido desde la tribuna, preguntándonos si alguna vez el balón va a rodar parejo para todos.